Parece ser época de viajes. A mi me lo parece: días de asueto; calidez estival; dineros resueltos – a veces ahorrados al efecto para tales fechas durante todo una año de resuellos laborales, aburridos y cotidianos – . Así me lo parece. La ligereza de atavíos invernales se manifiesta en toda su gloria, terrazas cantineras a tope, y – lo que más me satisface -: poder salir a la calle sin máscara naso-bucal obligatoria siempre que guardemos distancias necesarias entre paisanos, y carezcamos del mal gusto de poblar lugares interiores pudiéndonos salvar la nobleza del clima de ellos ( guardadas, eso sí, en el bolsillo derecho trasero de cualquier ‘jeans’ que llevemos – pata de pitillo siempre, como no puede ser de otra manera si es que decides estilo en tiendas de ‘prêt-a-porter’ – por si acaso se nos tuercen los empeños a seguir y tenemos que entrar en cualquier cogollo inesperado).
Definitivamente si, me parece esta etapa de finales de junio, época oportuna para viajes o esperanza de que llegue pronto el próximo mes; suele ser lo natural. Máxime que el pasado año nos lo pasamos en nuestros balcones, como mucho. Aplaudiendo a las veinte, – o no -, a no sé qué ni quiénes.
A la hora de viajar a zonas desconocidas o mal percatadas, al momento de apreciar los sitios indispensables a gozar en su magnificencia, la gente normal y corriente (cual yo) suele – si el presupuesto se lo permite – solicitar ayuda de guías turísticos, de cicerones del periplo a rastrear, formando grupos muy bien diferenciados, habitualmente, por paraguas monocolores dentro de un colectivo de paraguas multicolores que identifican a tales guías tur´isticos a fin de que el personal no se confunda de grupo. En tiempos mozos, un servidor siempre había prescindido de esos servicios ‘ciceronescos’. Uno se consideraba sobrado de cultura e historia para defenderse ante las vistas ‘indispensablemente visitables’. ¡Craso error!
De un tiempo a esta parte, si voy a visitar lugares desconocidos , una de las primeras cosas que suelo hacer es poner el oído fino – así, como el que no quiere la cosa – en todos los portadores de los distintos colores de paraguas ( a veces no sólo son paraguas, conste ). De esta manera decido unánimemente cuál de ellos me interesa más.
No importa que se inventen más del cincuenta por ciento de lo que explican, porque aunque se lo inventen, si inventan bien y convincente…bueno está. Además no suelo decir ni pío si les capto en algún ‘renuncio’ urdido y amañado. Me los suelo guardar en mi anecdotario.
De estos cicerones de periplos los hay francamente buenos, y otros muchos que dan pena simplona. Como en botica, está claro.
De los buenos, de los que considero y consideraré inmejorables, recuerdo a dos. El primero de ellos era un muchacho de no más de veintidós o veintitrés, en la Iglesia de Santo Tomé, Toledo, – en un viaje de estudios al que fuimos la friolera de siete alumnos de C.O.U. – un servidor era de eso – (cierto, cierto) y una profesora de francés. O sea que, imaginen el tiempo que puede haber transcurrido…¡un pilón y pico! Quiero recordar que íbamos Juanfer y yo, metimos la oreja por aquí, allá y acullá y nos convenció el muchacho citado.
Queríamos ver « El entierro del conde de Orgáz » , óleo sobre lienzo gigantesco, entrando a la derecha. Trata – según nuestro cicerone – de un verdadero acontecimiento milagroso donde el p´arroco de la Iglesia – que es a la postre el cura que aparece en el cuadro a la derecha señalando a San Agustín – creo – y que lleva una casulla blanca transparente (he ahí el meollo de mi cautivante sorpresa, la transparencia ) denunció a todo el personal por no querer apoquinar lo que el conde había dispuesto; y milagrosamente consiguió de la Justicia que no sólo apoquinasen el principal, sino también los intereses.
¡Todo un milagro, en verdad en verdad os digo! Particularmente , aparte de todo el análisis iconográfico que explicó el rapaz, lo que me subyugó fue lo de la transparencia de la casulla del capellán. Lo explicó como si él mismo fuese el mismo Greco. Y grabado en las mientes se me ha quedado desde entonces.
La otra ocasión en que recurrí a un guía turístico fue en Roma, concretamente en el Anfiteatro ( mal llamado Coliseo, como bien nos dijo el cicerone) con mi hija María Dolores. Y también me agradaron las tres horas y media de cháchara , describiéndonos a todo detalle la historia y recovecos del monumento, bajo un calor de pura deshidratación. El muchacho nos comentó que era licenciado en bellas artes, pero yo no me quedé muy conforme con el cargo. Ignoro el porqué. O no.
En Córdoba, en la Mezquita-Catedral , también contraté los servicios de África – nombre de la cicerone – y no me arrepentí de ello.
A lo que voy; que a mi buen juicio y criterio (que también pueden ser buenos, ¿o no…?) son momentos de pensar en nuestros próximos viajes y monumentos o jardines a conocer. Con o sin cicerones de periplos.
Yo lo prefiero a otras alternativas.
Verbigracia, a oír – incluso escuchar y discutir – sobre si es cabal o no el «Indulto» a presos políticos (o políticos presos – o cómo se diga – ) que no dejan de ser dimes y diretes y a ninguna parte llevan salvo algún que otro sopapo que se lleven los contendientes, y que se llevará a cabo fijo, a pesar de que cuando gobiernen los otros lo tumben. Como suele suceder en todo aspecto patrio .
O cómo se llevará a cabo la « Ley de Eutanasia » – esa si me da de pleno -; uno tiene oído por ahí que, si eres objetor de la misma, tienes que apuntarte a una lista negruzca dónde figure tu nombre en toda su pompa. Repugnante manera de repuntar frente a los que estén dispuestos a realizarla. Con muy poco estilo, y no digamos ya elegancia o sutileza. En estos menesteres uno dice lo que dicen que dijo un tal Bertrand du Guesclin : “ Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor…” . Y mi señor, en este caso, no es otro que mi propia sensatez, mi buen diagnóstico, y el deseo inalterable del sufriente. So pena que aviste la horca a mi medida por cualquier ventana que dé al patio. Y ni por esas, oiga, ni por esas. Respetando absolutamente a todo aquel (y aquella) que esté dispuesto a ejercerla.
No sé, me da yu-yú. ¿Y si luego me arrepiento y tengo que pedir perdón en confesión al cura de la casulla blanca y transparente, y me pone una penitencia del carajo, imposible de ejecutar a todas luces? Pues voy al infierno de mi admirado Dante en un periquete. Y tampoco es eso, tampoco, mire usted.
Si , de ser cierto lo escuchado , …si tengo que figurar en una lista aparte de malos patrioteros, pues a figurar se ha dicho. ¡Con no mirar la lista ni hacer ni p*** caso de ella, me sobra y hasta me basta! Y que sea lo que Dios quiera, que siempre suele ser así. O así dice el refrán.
O, discutir si España llegará o no a cuartos. Si Luis Enrique es un sabio o un manta insolente. Quizá discutir sobre si Camacho es un gran comentarista o un puro gafe que siempre que comenta la pifia España. O si Morata es tan elegante como Cruyff o tan petardo como Benji. Uno ni puede ni quiere discutir al estos respectos: Siempre fue con la selección italiana: ¡ cómo comparar la camisola azurra, pantalón blanco y medias del color de la camisola con una mezcla de rojo agranatado, pantalón azulmarino y medias negras ! No hay color (nunca mejor dicho).
Si esta Patria tan nuestra sólo es experta en discutir, cuanto más acaloradamente mejor, particularmente me voy antes con los cicerones turísticos y su posible fantaseo descarado que discutir por precepto indiscutible asuntos que, al cabo, serán lo que tengan que ser.
Y, por supuesto acatados. Hasta nuevas órdenes desde distintas tonalidades.
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina