¿A que suena raro? ¿A que suena a algo tétrico, sombrío…siniestro?
Además que es dificultosa su pronunciación, así de primeras y todo junto – por que se escribe todo junto, ojo -. ¿A que sí?
Pues existe la palabreja, ¡vaya que si existe!. Si no acaban de creerme, pregunten a cualquier humano que haya estudiado rama de ciencias.
Mi intención era escribir sobre mis diecisiete. Hacer una trama retrospectiva de aquella época. Mi etapa universitaria en su primer curso. A tal propósito me acaba de llevar la lectura de Juan José Millás y su libro « El mundo » (en minúscula).
A Millás le conocía por algunos artículos que escribe en “El País” ( que coincidiendo con Maruja Torres, cada vez me gusta menos) y en el grupo Prisa; no todos los terminaba, no son muy de mi agrado los artículos de Millás. Sin embargo, compré el libro mencionado en “Circus” – en mi biblioteca de viejo de mi pueblo – y sencillamente me ha fascinado (Premio Planeta de no sé qué año). Me esta ocurriendo con Millás todo lo contrario que con Pérez-Reverte: Me gusta su novela y no sus artículos.
El caso es que Millás, escribe sobre su infancia / juventud, sobre el Frío, sobre la Pobreza familiar, sobre ‘su Calle’… con una prosa que te lleva en volandas sin tener propósito de ello.
Como uno también tuvo su infancia, su adolescencia y su juventud – igual que cualquiera de ustedes, supongo – pues me dije : ¿Por qué no haces un ejercicio de recuerdos de chavalería?
Y no ha sido muy fácil para mí, no. Se escapan muchas cosas y muchas otras ni siquiera soy capaz de recordar que se me escapan. Puesto que soy un hipocondríaco redomado – todas las enfermedades que estudiaba en mi carrera las padecía yo indefectiblemente; de hecho estaba convencido que el autor de las descripciones de las distintas dolencias me había tomado como modelo: Bueno, “la rodilla de beata” nunca la tuve yo tampoco – y dada mi dificultad para el matiz exacto de los recuerdos en los diecisiete, me pregunto si no será que me está atacando ya el maldito Alzheimer ese.
De mis diecisiete, lo primero que se me viene a las mientes es a mi padre unas semanas antes de partir la la universidad; papá más que consejos emitía sentencias. Mamá era más de zapatilla en ristre (te amo, mamá.
Paquito – de pequeño me llamaban así – has de saber siempre qué es lo que deseas, cómo lo deseas; si de veras lo deseas has de partirte el alma en conseguirlo, y después de la fractura poder decir que lo has obtenido en toda su grandeza. Mi familia, a contrario que Millás, no era pobre – rica, lo que se dice rica, supongo que tampoco – por tanto no debo quejarme de tal circunstancia. Una de las sentencias paternales no fue otra que, cuando el hijo de un agricultor – por uno de esos ejemplos – sacaba unas notazas en todas las asignaturas, siempre me lo ponía como ejemplo a seguir: « Fíjate cómo estudia y trabaja el hijo de fulanito (el agricultor) , y eso que no tiene tus posibles…¡así habrías de ser tú!» Naturalmente, más que admiración por el muchacho, lo que me daba era una envidia que me roía las tripas. Otra sentencia fue que, si no me gustaba la comida del Colegio Mayor, me fuera a comer a algún restaurante de la ciudad – era uno muy canijo, ahora también, y no era muy del vicio de la gula, y ahora tampoco, -.
Dicho y hecho como comentaré si tengo folio. Todo por las sentencias de un Padre, ¡cómo no!
Frío, lo que se dice frío tampoco recuerdo de mi infancia/juventud. Más bien todo lo contrario. En casa había una calefacción que asfixiaba. Además mi pueblo presume de tener sólo tres estaciones: Ferrocarril, ‘hostiasquéfrío’ y ‘hostiasquécalor”. Para el frío exterior, mamá me atiborraba de trapos mil, guantes de lana, verdugo azulmarino y bufanda a juego encima (no podía doblar los brazos, jurado). O sea, que de eso tampoco podría escribir, cual Millás.
¿Mi Calle? Pues nada especial. Cómo la de usted supongo. Alquitranada, eso sí, a fin de no poder jugar bien al futbol (eso más en mi infancia).
Mis diecisiete comienzo a recordarlos de novato en el Colegio Mayor; tan ilusión y tesón fue mi empeño que logré ser “simpliciano” – todavía no sé qué coño significa la palabra -; pero no uno de ellos, no…’primer simpliciano’; ¡ya puestos! (No sé que significa, pero debía relacionarse con la cantidad de ‘putadas’ a la que eras sometido, si no, no se explica). Subiendo las maletas a los señores veteranos por las escaleras – mi planta era la sexta – no poder dormir ni una hora seguida durante una semana y…no quiero recordar más al respecto, de veras.
El siguiente recuerdo de mis diecisiete, es colocado en la última fila de un aula que contenía a doscientos cincuenta individuos – muchachos y muchachas – sin distancias de seguridad (te pillaba al lado un zurdo o zurda que no hubiese sido adiestrado por la dominicas, y la llevabas clara para tomar apuntes), y yo en la última fila – Lola me guardaba el sitio siempre -.
El profesor Lozano Teruel en el estrado (desconozco si todavía vive, era adorable como tantos otros catedrático; para un servidor los mejores del mundo) y en la pizarra…¡Una fórmula indescriptible,plena de figuras trigonométricas! con un nombre debajo:
« Ciclopentanoperhidrofenantreno»
¡Ahí es ná!
(si me acuerdo, enviaré una foto del susodicho con el relato).
Pues bien, todos los demás recuerdos de los diecisiete giran alrededor del elemento.
Desde mi organización a la hora de estudiar los temas de las asignaturas – teníamos cinco, pero vaya cinco – : Ir a clases presenciales dentro de mis posibilidades , sin que interrumpieran lo más mínimo mis tareas jaraneras, estudiar de mañanas a poder ser y sin resacas; pasarme cinco meses atendiendo más a la parranda nocturna que a ninguna otra cosa y…(quid de la cuestión), ir diariamente al “Rincón de Pepe” a manducar – la comida del Colegio era horripilante, además tenía que pedir permiso y rezar una oración a mayor gloria de la Virgen de la Arrixaca (siempre me sonó y me suena a “Virgen de la Resaca).
¡Ah amigos y amigas! Pero los últimos tres meses de curso, me empotraba en mi silla de estudio en la sexta, con flexo de botón arriba y luz azulada para evitar alteraciones oculares indeseadas y…de allí no me sacaba ni Dios padre en su majestad. Vamos, ni Sharon Stone en cueros vivos (estaba muy enamorado de ella en aquellos entonces, ¡pero que muy enamorado!) me levantaba de la silla , con mesa acoplada, ni me distraía de mis cometidos. Tres meses sin ver la calle (sólo una visita mensual al Banco Hispano Americano, a recoger le sueldo paterno, tomar una tapa de ‘patatas a lo pobre con ajillo’ en el Hispano y vuelta a empezar con mi silla, mi mesa, mi flexo, mi profesor Lozano Teruel y…¡cómo no!…mi Ciclopentanoperhidrofenantreno y todas sus circunstancias y manifestaciones. (Lo último escrito no es muy recomendable para referir a sus hijos, si es que van a estudiar a Universidad lejana: mi hija mayor – Naomí – lo tomó al pie de la letra e hizo su curso entero en la Manga del Mar Menor…cualquier cosa.)
Sé de memoria dibujar el Ciclopentanoperhidrofenantreno, que conste. Pero no me apetece nada coger un boli y un papel y hacer una foto para demostrarlo.
Tiene su intringulis el Ciclopentanoperhidrofenantreno: es el componente fundamental de los distintos tipos de Colesterol (ya saben, el bueno, el feo, el malo y el regular), de la Aldosterona,de la Testosterona, Progesterona, Estradiol…y un montón de cosas más. El caso es que, quien no supiera qué es el Ciclopentanoperhidrofenantreno, y dónde aparecía el Carbono marcado con isótopo después de una glucolisis anaerobia…lo llevaba claro.
Al menos con el profesor Lozano Teruel. Yo me lo sabía de rechupete.
Básicamente, son mis primeros recuerdos de mis diecisiete.
Hay un montón más, claro ( cómo me echaron del Colegio por golfo, reacción de papá al respecto, mi primer coche con diecisiete…etcétera..), pero he acabado el folio.
Si yo les contará… (A Juan José Millás también).
P.S.- Y ahora me voy a Córdoba, que estoy de vacaciones y perderé el tren en otro caso.
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina