Treinta euros de ahora, en un momento dado, puede resultar hasta pueril desprenderse de ellos por una buena causa. Pero cinco mil pesetas de hace treinta años, eran palabras mayores. Vaya que sí lo eran.
Es el dinero que pagó en Mazuecos, María Teresa, hace treinta años, por dar una vuelta alrededor de la iglesia con su Virgen de la Paz: “tuve a mi niña, Noelia, escayolada durante cuatro años con el fémur desgastado y ofrecí a la Virgen que, si mi hija andaba, la traía y le daba una vuelta” así que, dicho y cumplido porque Noelia estaba perfecta.
Las aguas del Tajo se deslizan a unos cuatro kilómetros del pueblo que tiene, por tapabocas, al arroyo “Cantamora” que toma sus aguas de la fuente del mismo nombre y al amparo de unas cuevas que acunan tinajas con la boca abierta pidiendo volver a otros tiempos al igual que la maquinaria que duerme en las eras sueños sin esperanza.
Los pasodobles interpretados por la banda de música de Yebra invitaban a seguir a una comitiva en la destacaba la Soldadesca y el Botarga que, como es habitual, viste traje confeccionado con una especie de retales de telas amarillas, rojas y azules. Igualmente lleva una careta por encima de su cabeza y, en la mano, luce un bastón del que sale una cuerda –a modo de látigo- en la que se ata una bola con la que golpea a la gente.
Luis Miguel, el abanderado y alférez de la Soldadesca, ofreció tomar ese cargo si se libraba de la mili como así fue: “normalmente se sortea el cargo pero este año lo pedí voluntario. La quería llevar yo. Consulté con los quintos y me la dieron a mí. Es que es una fiesta de quintos”, dice.
El botarga es el encargado de conducir a la banda de música por las calles por las que tienen que pasar y luego, en la iglesia,”cuidar de que nadie se acerque a mí”, comenta.
Delfina, la madre del capitán, esperaba a la comitiva bien preparada: “he hecho mantecaos de la fiesta de la Paz y magdalenas. Es la costumbre”, dice Delfina ante una soldadesca en la que destaca, por sus trajes, el capitán con terciopelo rojo, capa y banda amarilla porque, el alférez, la lleva de color azul.
La gente cuenta y no para. Consejas como se lee en El Quijote. Y todo porque algunos hijos del pueblo participaron en la batalla de Lepanto en 1571. “Un cañonazo procedente de una nave turca perforó el caso de uno de los barcos por debajo de la línea de flotación. No había manera de taponar la vía de agua hasta que, a un soldado de Mazuecos, se le ocurrió la idea de meter su brazo en el agujero cortando así el chorro de agua”, nos cuentan. “Fueron muchas horas las que transcurrieron con el brazo así hasta que llegaron a puerto y, como no llegó la cosa a más, el soldado, que se había encomendado a la Virgen de la Paz, pudo volver a Mazuecos y desfilar vestido de uniforme junto con sus compañeros”. Ese, nos cuentan, es el origen de La Soldadesca que por los uniformas y los guinchos nos trasladan al siglo XVI aunque, Moisés, aclara que esto de los uniformes es reciente: “cuando fui quinto, no había uniformes. Estaban los guinchos, sombreros y la bandera. Nada más. Y la gente se lo toma muy en serio. Parece un carnaval pero no es así porque es la fiesta más importante de Mazuecos”, añade.
En la calle mayor, a Soledad le brillaban los ojos: “muy bonito. Precioso. Dan ganas de llorar, mire usted. Y el botarga es mi sobrino”.
Unos altavoces colocados en la torre de la iglesia anuncian con sonidos vaticanos que va a comenzar la misa a la que tiene prohibida su entrada el botarga: “no me dejan. Es el cura, es la tradición. Es como si fuera yo un diablo que tiene que hacerle burla a la Virgen y por eso, me voy a tomar un café y luego vuelvo” dice el botarga porque, tras la misa, vendrá la procesión en la que además se dará la bandera.
Cuando finaliza la misa, los hombres se aprestan a sacar a la Virgen con el Niño en brazos. La llevan sobre unas andas con ruedas. “Esta es la costumbre y por eso lo hacemos así”, dice Vidal, “mi labor es apuntar las cantidades que se van pagando para que luego cuadre todo y el dinero sea entregado a la iglesia para que pueda cubrir sus necesidades”, añade este hombre de 65 años a punto de comenzar una procesión que siempre se desarrolla alrededor de la iglesia aunque, al día siguiente, el 25, sea por las calles del pueblo y detengan a la imagen delante de cada casa.
Ya en la calle, el botarga está haciendo un hueco entre la gente para que, Luis Miguel, y luego el resto de soldadesca, pueda bailar la bandera antes de que lo hagan los demás. Y tras asegurarse de que no golpeará a nadie, baila la bandera arrodillándose, finalmente, ante la Virgen de la Paz mientras lanzan vivas a la imagen.
Constantina iba medio llorando por detrás: “la emoción de ver a la Virgen. Le tengo mucha devoción y siempre que acudo a ella, me ayuda. Ha habido un accidente muy grave, mi sobrino…”
“Van 24 vueltas ya, dice Vidal mientras Norberto recauda el dinero: “yo cojo el dinero y cuando termine la proceción se lo damos al párroco. Tenemos mucha fe en Ella, pagamos y ya está. Mire usté la gente que hay. Muchísima y por eso terminará la procesión a las tres de la tarde. Depende”
Isabel y Eleuteria van solas entre la cabecera y el final de la procesión: “yo la visto, la desnudo, le cambio la ropa…”, dice Eleuteria, “y había un sacerdote, hace años, ¿sabe?, don Saturnino, y cuando la estaba cambiando de ropa le dije que estaba sonriéndonos con lo que el cura se tapó la cara y se fue”, añade entre risas.
Valeriano, con 95 años, es el más viejo del pueblo y si no fuera porque perdió la vista del ojo izquierdo y porque se ayuda con un bastón, quien lo diría. “Dios me quiere mucho. Me ha dado suerte toda la vida. Me casé con la hija de un zapatero muy pobre aunque yo también lo era. Y, ¿sabe usté?, pues que trabajando y trabajando tenemos lo que tenemos y ahora estamos muy bien. Cuando era mozo también había mucha animación. Con menos lujo. Llevábamos los guinchos y poco más”, dice. “En el año 1913 estuve en el Gurugú y en el Barranco del Lobo en Melilla, en la guerra. Y cuando veníamos nos vestíamos porque solo salían los chiquillos, los más fuertes, ¿sabe?, para que pudieran llevar los guinchos porque verá, una vez salieron a detenernos los del barrio contrario y salimos a palos. A uno le tuvieron que dar aire y agua”, me dice.
Julia va detrás de la Virgen, avanza de rodillas haciendo añicos las medias de lana.
“Juan García, Valeriano Navarro y Andrés González. Quedan tres vueltas”, dice Vidal. “En total, se han recaudado 118.000 pesetas”. Unos 700 euros de ahora.
Las mujeres entonan uno de esos cánticos marianos, el que dice “Tomad Virgen pura, nuestros corazones”, para decirle adiós a la Virgen de la Paz que vuelve a estar a la derecha del altar mayor. Mejor dicho, para decirle hasta mañana en que la llevarán por las calles del pueblo.
Este artículo fue publicado en El Liberal de Castilla el martes 24 de enero de 2017.