El día que Lamine marcó el gol contra Francia lo que más me impactó fue su sonrisa de felicidad, esa sonrisa que sale de repente cuando los chavales meten un gol en el descampado de su barrio con la portería hecha con dos mochilas mientras suena el Morad en un altavoz inalámbrico.…Y de sonrisas escribo, de sonrisas de otras personas que vinieron de lejos como la familia de Lamine.
Ibra sonríe vergonzoso porque acaba de subirse por primera vez a una carretilla elevadora del curso de logística que está estudiando. Cuando termine va a empezar a trabajar, con uniforme y todo. Ibra es tímido, chapurrea castellano y siempre se ríe antes de empezar a hablar mientras encuentra las palabras que quiere decir. Ibra acaba de cumplir 19 años, lleva 2 en España y llegó en un cayuco a Canarias después de cruzar Mauritania y Mali a pie.
Yusuf siempre sonríe. Lo lleva haciendo desde el segundo día que le conocí. El día que llegó no era capaz de hablar, 13 años, un bañador negro, una camisetilla y unas chanclas que le quedaban pequeñas. El segundo día ya disfrutó en la piscina como cualquier niño de 13 años y no ha parado de hacerlo desde entonces. Ahora tiene 21 y una sonrisa permanente, trabaja montando placas solares y juega al fútbol en los ratos que tiene libre.
Hassna hace traducciones de wolof y bambara para otros migrantes. También de francés y de inglés. Es lista como una ardilla y llegó hace 9 años a España sin saber una palabra de castellano, asustada y agotada. Las velas de su 14 cumpleaños fueron las luces del puerto que brillaban a lo lejos desde Lanzarote. Ahora escucha con atención las historias del viaje que otros migrantes cuentan y a veces le cuesta aguantar las lágrimas. Otras veces, mientras los escucha estalla en carcajadas y ellos también empiezan a reír. La risa lo inunda todo en ese pequeño despacho.
Bafudi siempre sonríe. Dice que ya es español, porque sabe hacer tortilla de patata y mientras lo dice, se parte de risa. Nunca he visto serio a ese muchacho de casi dos metros que se apunta a todo,al taller de tortillas o a bailar en la fiesta de la feria de Abril. Bafudi disfruta la vida cada día como cualquier chaval de 19 años y se parte de risa hasta cuando te cuenta las penas de su viaje a pie desde Guinea Conakry pasando por Timbuktú esquivando al ISIS hasta llegar a Ceuta y desde allí a España.
Mamadou es voluntario en un programa de sensibilización. Va de instituto en instituto contando a chavales que tienen la misma edad que él tenía cuando dejó su aldea de Mali para huir de la guerra. A Mamadou siempre le hacen la misma pregunta : ¿Tuviste miedo? Y se ríe antes de responder : «Tenía 16 años y nunca había visto un barco, ¿cómo no iba a tener miedo si estuve nueve días en medio de la inmensidad del mar subido a un barco de madera?
Bafudi, Hassna, Yusuf y los demás no son como Lamine, pero sonríen igual. Las sonrisas no conocen fronteras. Siguen siendo niños y niñas que aunque no metan goles ni salgan por la tele, tienen las mismas ganas de comerse el mundo a bocados, mientras algunos, por desgracia, se empeñan en señalarlos y se olvidan de que sin sus sonrisas de niño, este mundo que obliga a las personas a dejar su tierra y sus familias en busca de sus sueños, sería todavía peor.
Hagamos lo que esté en nuestras manos para que esos niños y niñas que vienen de lejos no pierdan sus sonrisas.
Por Jesús Alonso es maestro y educador, trabaja en proyectos con jóvenes y cree que un mundo mejor es posible. Es miembro de AIKE.