Me basta mirar de reojo a la derecha, a media altura, sentado en mi sofá blanco ahuesado, ya abollado por el uso, para contemplar cómo me mira y no deja de mirarme. Fuere en aurora mañanera o en crepúsculo trasnochador, Lucrecia no deja de mirarme. Mirada entre inquisitiva y baladrona. Inquietante en cualquier caso. Será para afear los diversos y continuos equívocos que acaparo y colecciono sin ánimo alguno de contrición. Será eso…
Yo, como siempre, a lo mío. Cosa ésta que siempre suelo hacer puesto que no dejo de apreciarme, a pesar de ser un desecho para muchos enemigos que también colecciono y tengo repes; posiblemente como usted; posiblemente como todo quisqui.
Lo mío, actualmente, es el pollo que vuelven a montar los palestinos y los israelitas – prefiero el gentilicio “israelita o israelí” al de judío, pues no todos los que habitan Israel son descendientes del cuarto hijo de Jacob y sí lo son los habitantes de ese pequeño país, resurgido en 14 de mayo de 1948 por orden de la ONU y con muy pocos -pero suficientes – votos internacionales para alcanzar tal reconocimiento internacional -. Israel tiene 22.145 Km2 de superficie en su totalidad. O sea, la mitad que la península ibérica. Los países árabes circundantes son tanto más extensos que, – según he oído por ahí – se juntaron en amor y compaña para proclamar que «esa minúscula tierra habitada por perros infieles, sería arrojada al mar en menos de lo que tardo Pedro en negar al profeta con el tercer canto del gallo». Pizca más o menos. Bueno, pues no había terminado de Granados el guatemalteco en dar su voto positivo cuando los países árabes circundantes armaron la marimorena para que se ahogasen malamente todos los israelitas, incluidos niños y niñas y viejos y viejas. “Pecata minuta” pensarían esos señores y señores.
Pues la hostiacina que les dieron los israelitas en tal año de reconocimiento fue de órdago. Y esa de 1948 sólo fue el de “la primera en la frente”, para ver si se les quitaban de una vez los malos pensamientos. Y parece ser que tuvo su efecto porque hasta 1967 no hubo otra declaración de guerra en su amplio sentido. Escaramuzas y muertos y heridos al mal tuntún si que hubo, hay y habrá, pero guerra, lo que se dice guerra, estuvieron sobre veinte años que no. No se miraban bien y eso; se decían barrabasadas los unos a los otros cuando creían que no los oían (ya saben, los “pasilleos” no hay quien los destruya, oigan). Pero, por una de esas de “quítame esas pajas” y con unos tragos de más, si no no se entiende, volvieron a envalentonarse algunos países como República Árabe Unida (o sea, Egipto), Siria, Jordania e Irak volvieron a unir sus fuerzas y, dale que te pego, a destruir Israel entero, por amor y apego a sus hermanos palestinos.
Que debían de importarles en realidad – tal y como ahora – un mojón de pepinos, pero el dar pena forja muchos adeptos, ¡reconozcamoslo! Y la victoria podría estar asegurada. Eso fue por 1967 y el resultado de tanta fuerza belicosa no fue otro que e hecho de que Israel y sus moradores se embolsaron la Península del Sinaí, la Franja de Gaza – con quien ahora están en dimes y diretes apoyados por mortífera artillería por parte de ambos contendientes – Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golan.
Así, como quien no quiere la cosa. Y en tan solo seis días, por lo visto; al menos así se llamó tal guerra: «Guerra de los Seis días». Si bien las escaramuzas no cesaron ni para tomar un respiro, el resto de las guerras gordas-gordas, podríamos sintetizarlas en : Yom Kipur, hasta la paz con Egipto. Hay más enfrentamientos, por supuesto, las llamadas “Intifadas” por poner ejemplos, que han sido y serán muchas más de las que nos cuentan.
El caso es que, en todas ellas, absolutamente en todas, los israelitas e Israel le han endiñado siempre una somanta de palos. A se sigue sin aprender de las tremendas palizas continuadas.
Bien es cierto para el que escribe que, eso de ponerse chulo y abusar de las conquistas no está nada, pero que nada bien. Los «Asentamientos» en tierras palestinas ni ayudan a pacificar, y dan una imagen muy prepotente, abusiva y despótica de los gobiernos israelíes. Al menos a este servidor no le gustan un pelo. Pero si que creo ,en buena fe , que los palestinos podrán aprender algo de las inconmensurables zurras que le vienen encima por parte de Israel.
Y estos no se andan con cuitas ni zozobras… les envían toneladas de bombas de destrucción y muerte multiplicando exponencialmente los ojos por ojos y dientes por dientes ( que no se tomen a coña la “Ley del Talion” que luego viene y allí será el lloro y el crujir de dientes (Lucas 13- 28).
A los palestinos de Gaza – y a los otros también -, ahora mismo, solo les va a quedar el intentar conseguir la pesadumbre, el dolor moral, la amargura de lejos de los diferentes países diseminados por este mundo de dios. Y el conseguir que griten lo asesinos de niños (siempre, siempre me he preguntado por qué siempre, siempre sacan a colación y a imágenes a los niños, que provocan más penas e indignación que el resto y a los que, sin embargo, de estar satisfactoriamente no les suelen hacer ni puto caso, oye; ¿por qué será? ¿demasiados muertos que entierran a sus muertos encalando los sepulcros por aquello del qué dirán?
Pues tras esta retahíla, comentar que a mi juicio, no retes más a aquel que te ha dado una somanta de hostias una vez, la siguiente y las que quedan en el refajo.
A los israelitas no hay quien les tosa. Yo les tosieron y desperdigaron en muchas ocasiones como para no haber aprendido el escarmiento.
No iba a escribir sobre el tema – ya escribí algo en mi “Ochenta y cinco por ciento” y los pollos que se iban a montar con la vacunas: no me equivoqué un ápice; la bola de cristal bohemio me la pienso comprar ya…¡pero bueno! – pero para muestra un botón: ¿Qué país ha sido el primero en el mundo en retirar las mascarillas al aire libre? Pista: No, no fueron los Estados Unidos de América.
Y Lucrecia sigue sin parar de mirarme; vaya a dónde vaya. Esta en la cubierta de un libro que me he comprado en “Librería CIRCUS”, en la calle San Antonio de mi pueblo; se dedica casi a tiempo total a ser “librería de viejo”. Y ustedes no pueden imaginar la ilusión que me ha hecho siempre hacerme una librería casera “de viejo”, sólo “de viejo”. El libro se titula “Los Borgia” y el autor es el supremo Mario Puzo – el del Padrino- y es su obra póstuma. A la Lucrecia que no deja de mirarme, Bartolomeo Veneto la tituló « Busto femenino ». Como ya he escrito, estoy seguro que me mira sin parar y de esa manera para reprocharme lo infractor que soy en tantas y tantas cosas que no se amoldan al perfil ordinario y general.
Pues me alegro. Bendita mirada.
P.S.- No se entienda que estoy en contra del pueblo palestino. Nada más lejos. No obstante, desde pequeño, mi admiración por el pueblo de Israel ha sido máximo. En casi todos los aspectos. ¡Téngase en cuenta!