Como aficionado del deporte y del balonmano y en nombre de toda la hinchada, no tenemos nada que reprochar al Liberbank Cuenca y mucho que agradecer. Fue una lástima y alegría inmensa lo que ocurrió el pasado sábado 7 de marzo. Tenían que vernos en la zona de prensa gritar el último gol de Natán, para que, segundos después, el arbitro pite el final del partido. También era de película las caras después del gol de Simonet (27-28) que eliminaba al equipo de la competición.
Esta eliminación y la remota posibilidad de jugar competición europea el año que viene nos servirá para valorar lo que estamos viviendo. Mal acostumbrado a que el equipo escriba su propia historia, en lo que llevamos de año, tendremos que darnos cuenta de lo que significa jugar EHF Cup, lo que significa jugar la ronda final de Copa del Rey, lo que significa estar entre los mejores cinco equipos de España.
Nada que reprochar a ninguno de los jugadores del equipo que dejaron todo en la pista durante los dos días que jugó Cuenca. Mucho que agradecer por llevar el nombre de la provincia y representarnos por todo lo alto a nivel nacional e internacional. Sin mencionar, las alegrías que nos sacaban cuando conseguían un gol o lo evitaban, los nervios que nos transmitían en cada lanzamiento de siete metros, en cada jugada y en cada mano a mano (a favor o en contra) durante esta competición.
Nada que reprochar a cada profesional que tiene casi firmada su salida. Natán Suárez, que jugará la temporada que viene en Ademar, se transformó con el baón, corriendo cada jugada, peleando cada balón y tirando a puerta, como si fuese su último partido en su vida. Simonet, verdugo del Liberbank Cuenca, sentenció, hasta en tres ocasiones, como buen profesional a uno de los equipos que posiblemente esté en su futuro.
Nada que reprochar a esa afición que viajó más de 150 km (solo de ida) con rumbo a la Caja Mágica para copar un pabellón vacío. Mucho que agradecer por hacer vibrar el recinto con saltos, gritos y canciones que a más de uno nos sacaba la sonrisa. La furia brilló más en la final, por su mera ausencia. En el Barça-Benidorm, el ambiente parecía el de una biblioteca con estudiantes nerviosos por un examen que no llevan muy bien y otros que ya sabían la materia antes que el profesor ponga la fecha de la prueba.
Si hemos de reprochar a alguien, es a la megafonía y al speaker con sus impertinentes apariciones cuando habían catorce tíos en el cuarenta por veinte dejándose la vida. Los efectos de sonido más usados que los asientos del metro quería hacer callar al aficionado conquense, cosa que no consiguieron. Aun así, hay que agradecer el cariño con el que estaba preparado el evento. Madrid estuvo a la altura de una competición de este estilo y, personalmente, la recordaré como única.
Por Nahuel Briscek
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