Este fin de semana, Almonacid de Zorita celebró su VI Certamen de Poesía León Felipe. El certamen lo organiza la Asociación Tercera Joven, y cuenta con el patrocinio y la colaboración del Ayuntamiento de Almonacid de Zorita.
De nuevo, se llevó a cabo en la Plaza del Ayuntamiento, a la vera de la estatua de escritor universal, León Felipe, que, como él mismo reconoció, se hizo poeta en la villa alcarreña.
El acto contó con la presencia del alcalde de Almonacid, José Miguel López, encabezando la delegación municipal. Y comenzó con una distinción y reconocimiento, por parte de la Asociación, a quienes fueron sus socios fundadores: Carmen Burgueño, Pilar Perez, Rocío Sanchez, Rosalía Aparicio, Consuelo Ruíz, Cipriano Molinero y Ángel Cisneros. Todos ellos recibieron, de manos de los concejales almorcileños, su distinción.
Una vez dio comienzo, fueron Daniel Romero y María Fernández de Heredia quienes fue dando paso, sucesivamente, a los participantes, recordando sus nombres y el autor o autora de la poesía a la que iban a dar lectura. Recitaron poesías, propias o ajenas, un total de doce almorcileños y almorcileñas, propiciando momentos verdaderamente intensos y emotivos.
Martina Ortega recitó ‘Mi tierra’, de Pilar Carranza. Amelia Serrano hizo lo propio con una de sus poesías: ‘Felicidad’. María del Mar Ruiz, también leyó una poesía suya: ‘Tres ángeles bajados del cielo’, en referencia a sus nietos, trillizos recién nacidos. Concha Dávila eligió este año la poesía ‘Dos nidos’, de Gabriel y Galán. Pedro Dávila leyó su poesía ‘Un fragmento de mi hogar’. María Fernández de Heredia leyó el ‘Homenaje al alma del autor’ local Alberto Soto y también la que iba a leer el propio Alberto, ‘Paisaje de verano’. Alberto no pudo estar en el certamen, como hubiera sido su deseo. Javier Merino leyó sus versos ‘¿Y si fuera poeta?’. Mayte Rodríguez leyó el ‘Poema XX’ de Pablo Neruda. Pedro Patarro se atrevió con Miguel Hernández, y leyó los ‘Vientos del pueblo me llevan’. Carmen Burgueño recitó con gran intensidad la poesía ‘Pena y alegría’ de Rafael de León. Aitana Gómez no pudo asistir, pero su abuela, Martina Ortega, leyó, en su nombre, la ‘Niña de los ojos verdes’, también de la poetisa taranconera fallecida en 2020 Pilar Carranza. A Daniel Romero le tocó homenajear al poeta León Felipe, con la declamación de su poesía ‘Vencidos’. Cerró el certamen Loli Prados, con la lectura de una narración de libre composición basada en poemas de Bécquer.
La música, en directo, en esta ocasión ha corrido a cargo del pianista Carlos Baños. A cada uno de los participantes se le entregó, como detalle, el libro de poesía de Alberto Soto ‘Patio Interior’, por cortesía del propio autor, además de un pequeño obsequio.
Además, este año, por primera vez, el certamen se ha trasladado a la Residencia Virgen de la Luz. El mismo día 28 de julio, pero a las once de la mañana se celebró el I Certamen de Poesía León Felipe en la Residencia Virgen de la Luz, en el que, con la misma filosofía, fueron los mayores quienes, en un horario adaptado a sus necesidades, tuvieron la oportunidad de recitar sus poesías favoritas.
Un certamen dedicado a León Felipe
El cronista oficial de la provincia de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, en uno de sus escritos, resume muy bien la presencia de León Felipe en Almonacid de Zorita.
Uno de los grandes poetas españoles, y aun universales, del siglo XX, ha sido León Felipe. Nacido en el pueblecito de Tábara, en la provincia de Zamora, solamente usó sus nombres de pila, aunque su nombre y apellidos completos eran León‑Felipe Camino Galicia de la Rosa. Nació en el referido lugar castellano en 1884, y murió en México, exiliado, en 1968. León Felipe estudió la carrera de Farmacia, y tras algunas estancias breves por ciudades castellanas, junto a su padre, que era notario, en el verano de 1919 llegó a Almonacid de Zorita, donde permaneció un año llevando la botica del pueblo, como empleado de la familia Fernández-Heredia.
La impresión que para el resto de su vida llevó León Felipe de Almonacid fue imperecedera y algo mágica. Siempre recordó que fue allí donde construyó su primer verso y que a él mismo le hizo comentar «esta fue la primera piedra que yo encontré (el primer verso que escribí) en un pueblo de la Alcarria al que quiero dedicarle aquí, ahora ya viejo, y tan lejos de España, mi último recuerdo… los escribí junto a una ventana, en una mesa de pino y sobre una silla de paja…»
En lo que el luchador poeta calificó de «aquel oscuro bautizo de la Alcarria» actuó de regente de la farmacia local, sin apenas trabajo y con todo el tiempo del mundo para dedicarlo a pensar y escribir. Le cuidaba una señora viuda y encontró «amistades en gentes sencillas y hasta algún espíritu compasivo, como el médico de una aldea vecina que venía a Almonacid expresamente a hablar conmigo».
Como dice uno de sus máximos estudiosos, Miguel Nieto Nuño, «en un pueblo de la Alcarria encontró León Felipe la lección y el reposo de la poesía que luego echó a los caminos del mundo con un ardor infatigable».
Durante un año vivió el poeta en un caserón de la calle mayor de Almonacid, en la paz casi idílica de un pueblo sencillo, luminoso y amable. Insiste Nieto Nuño en que «Almonacid de Zorita está en el núcleo de la voz de León Felipe». Allí, en un silencio permanente, comenzó su voz a sonar y a rodar sobre los papeles. De aquel núcleo inicial saldrían los «Versos y Oraciones del Caminante» que en 1920 se imprimirían (primera edición del primer libro) en Madrid. Años después, el poeta recordaría de nuevo aquellos momentos. Su voz es la más auténtica para explicar lo que significó su estancia en Almonacid: «… un pueblo claro y hospitalario. Las gentes generosas y amables… ¡Y tenía un sol! Ese sol de España que no he vuelto a encontrar en ninguna parte del mundo y que ya no veré nunca. Me hospedaron unas gentes muy buenas, con quienes yo no me porté muy bien. Y ahora quiero dejarles aquí, a ellas y a aquel pueblo de Almonacid de Zorita… a toda España, este mi último poema. La última piedra de mi zurrón de viejo pastor trashumante».
El recuerdo de León Felipe en Almonacid debe acabar con este verso maravilloso, sencillo y profundo, que el poeta dedicó al pueblo alcarreño donde tan inolvidables horas pasaría, donde nació su pasión por la palabra. Es, quizás, la más bella página que se ha escrito nunca sobre Almonacid:
Sin embargo…
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca…
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente al través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.