Hace treinta y cinco años, en Atienza, el escenario se asemejaba al de una película de aquellas que presentaba Cifesa, a finales de los cincuenta, porque, lo que vi, fue eso, una producción en blanco y negro, a pesar del color primaveral, en la que unos hombres, con capa castellana y sombrero como carbón, ponían los pelos como escarpias en una pequeña ermita, la de la Virgen de la Estrella, en momentos tan puntuales y mágicos como los de la Salve, marcada a fuego en una penumbra en la que sobraba luz y nos faltaba el aire porque lo robaban las emociones. Eso, eso, esta Salve, es lo más bonito de to el día, decía José de Marco.
Es uno de los momentos de la Caballada en la que, los señores hermanos, como dice el Manda, son el Prioste, el Mayordomo, el Fiel de Fechos, el mismo Manda, resto de hermanos cofrades y los Seises. Todos forman La Mesa e integran la Cofradía Cívico Religiosa de la Santísima Trinidad de la Madre de Dios y del Señor San Julián aquí, en Atienza, Conjunto Histórico Artístico desde el año 1962 y un secarral humano si echamos la vista atrás. Están construyendo la residencia de ancianos, sí, y el pabellón polideportivo que va con cierto retraso porque se empezó el año pasado pero dejaron la obra y, ahora, lo está ejecutando otra empresa distinta. Se están pavimentando calles, estamos en ello me dice Herminio, secretario del Ayuntamiento.
La emigración de los años cincuenta despellejó a la Villa que tuvo su época de esplendor en la Baja Edad Media al estar situada entre los dominios castellanos, los reinos musulmanes y cerca de la frontera con Aragón. Goza de Fuero desde mediados del siglo XII en que, Atienza, se convierte en cabecera de una comarca enorme en la que destacó el gremio de los arrieros y hasta donde vienen a pasar largas temporadas los reyes castellanos.
En el siglo XV, Atienza tenía 8.000 habitantes que, poco a poco, van disminuyendo por la apertura de otras rutas comerciales. En total, 7.500 almas se han perdido en 500 años aunque, por abundar, habría que hacer mención a los episodios de la Guerra de la Independencia porque, al haber sido cuartel general del Empecinado, los franceses se ensañaron con la Villa desvalijando iglesias, saqueando casas, haciendo añicos el castillo e incendiando cuanto encontraban a su paso.
Pero regresemos al pasado siglo porque, estando Zacarías Sanjuán de meritorio en el Ayuntamiento, en el año 1931, Atienza tenía 1.411 habitantes. En 1986, tan solo 611: han tenido la culpa los que se han quedado aquí porque yo tuve la fortuna o la desgracia de, cuando terminó la guerra, me tuve que ir por ahí a ejercer mi profesión (Oficial de Registro) y desde entonces yo no sé lo que ha pasao, me dice Zacarías Sanjuán, de manera enérgica y totalmente convencido de lo que dice. Yo me he ofrecido hasta públicamente a escribir artículos, a hacer lo que pudiera pero nadie me ha hecho caso en Atienza, añade. Mira, dentro de quince o veinte años no queda en Atienza ni cien habitantes. Te lo digo yo porque sacando la lista de la Calle de la Zapatería que estaba llena de gente, ahora solo quedan tres vecinos. Y encima, esa casa que parece una choza, ni la arreglan ni la venden porque piden muchísimo. Un dineral.
La gente vive de la agricultura y de la ganadería aunque, esta segunda, es de menor importancia. Zacarías incide en que hay una vega que no se ha explotado como se debiera: mira, si en la Vega de la Bragadera hubieran hecho caso a lo que hace años dijo don Francisco Layna Serrano, que lo que es de secano lo hubieran convertido en regadío mediante pozos artesianos, Atienza sería otra cosa. Y si la ganadería quisieran explotarla de otra manera, sería otra cosa. Es que aquí son oros, copas, espadas y bastos y no quieren saber nada más, concluye Zacarías Sanjuán ahogado, ya, en su propia decepción.
Necesito regresar de nuevo al siglo XII porque es a mediados de ese siglo cuando se produce el hecho que origina La Caballada en Atienza. Y todo porque Fernando II, tío de Alfonso VIII, quería la corona de Castilla a costa de su sobrino -que por entonces era un niño- al que los Laras esconden aquí, en Atienza, que rápidamente es sitiada por tal motivo. Los arrieros, con el fin de salvar la vida al joven rey, dan con la solución incluyéndolo entre la recua que sale de viaje a vender su mercancía, enviándolo por delante con caballos rápidos hasta llegar a Ávila en siete días (siete tortillas) porque, los arrieros, se han quedado en la ermita danzando bailes moriscos.
Domingo de Pentecostés de 1986. Diez de la mañana en Atienza. A pie y uniformados, los hermanos llegan a la casa del Piostre. Están todos: Piostre, Mayordomo, Fiel de Fechos, Manda, Hermanos y Seises.
¡Señores Hermanos, a caballo!, grita el Manda para que, a continuación, el Fiel de Fechos pase lista. ¡José de Marco!, ¡está!, dicen a coro. ¡Julio Cabello!, está…Luego viene la lista de las reprimendas: al Seis Mariano Castel, por empezar a comer sin haberse echado la bendición de la mesa, dos libras de cera. Al Seis Bernardino Lafuente, por decir al Seis Juan Manuel García Herrero, dos libras de cera. Al Seis Santiago Arias, por poner el sombrero al Seis Bernardino Lafuente, una libra de cera. Al Seis José de Marcos por llegar a tiempo a la misa de San Isidro, dos libras de cera…
En silencio, los Hermanos y los Seises escuchan sus nombres sin inmutarse acogiendo la multa como el escolar castigado por no haber hecho los deberes. La bandera, antes de salir en dirección a la ermita de la Virgen de la Estrella, va a ser subastada. El Fiel de Fechos, Juan Asenjo, pone precio de salida: señores Hermanos, la bandera está subastada en ¡160 cuartillos a la una!. La puja, aunque poco, va subiendo hasta llegar a los 180 cuartillos: ¡buen chico la lleva! Dicen todos en coro.
Dionisio Arias fue multado porque, en lugar de ir a la casa del Piostre, marchó directamente a misa. No viste como los demás hermanos porque ya ha servido la Vara. Es decir, que ha sido Piostre, Seis principal y Seis y actualmente forma parte de la Mesa de los Seises en el que hay uno de más categoría: es el Seis principal que es el que sirvió la Vara el año pasado y tiene tanta categoría como el Piostre porque la cofradía es cívico religiosa. El Piostre manda en lo cívico y el en lo religioso el señor Abad, nos dice el Fiel de Fechos.
A Mariano Castel le han caído dos libras de cera por empezar a comer antes de que fuera bendecida la Mesa. Tienen la obligación de asistir a todos los actos que comenzaron con la festividad de San Isidro siendo el Sábado de Pascua cuando, con la Piostra, Mayordoma y Seisa Principal bajan a la ermita, arreglan a la Virgen de la Estrella, la ponen en andas, cortan el mayo y comen las siete tortillas que representan los días que tardaron en trasladar al niño Alfonso VIII hasta Ávila: tortillas que son distintas. Hay de jamón, de chorizo, de espinacas, de champiñón, de patata…se bebe vino, se reza y el que quiere bailar, pues baila me comenta uno de los Seises.
Los caballos que protagonizan también la fiesta son alquilados porque, en Atienza, no hay caballos. Alguien me dice que son los que utilizan los extras para las películas y más de un Hermano cambia de color cuando está arriba mientras que, los músicos, llegados de Sepúlveda y Riaza, van a lomos de unos burros que, con su paso, como a culás, casi imposibilitan que salga sonido alguno de la dulzaina.
Vamos hacia la ermita por una senda cercana a la iglesia, con restos de muralla, dejando al convento de San Francisco a la derecha y campos de cereal en esta vega que bien podría estar sembrada de pozos artesianos. La ermita, con atrio porticado de columnas de madera, sin zapatas, es de una sola nave y dos grandes puertas dan acceso a su interior. Otra puerta, lateral, comunica la nave con una cocina de fuego bajo en donde Rosa (Piostra), Carmen (Seisa) y María (Mayordoma) calientan agua en un gran caldero porque tenemos que ayudar a lo que mande. A limpiar la ermita, el comedor, a preparar los asados aunque vienen ya hechos del pueblo, a partir el pan…Bueno, la comida es el asado, una ensalada y un trozo de pan me dice María que, al igual que las otras dos compañeras, llama la atención: Tenemos que cubrirnos la cabeza con un pañuelo. Lo que tenemos que llevar, para evitar una multa, es el pañuelo a la cabeza todo el día, medias y manga larga, asegura María a quien sugiero que sería más interesante si se vistieran con el traje tradicional.
El sonido de la campana y la dulzaina lanzando las notas del Himno Nacional es la señal de una procesión que, a poco que te descuides, marca el alma en medio de este escenario con los hombres de negro por delante, llevando velones encendidos y, por detrás, la imagen de la Virgen. Una pequeña talla policromada a la que llevan en unas pobres y pequeñas andas. Los que no han servido la Vara llevan por uniforme un chaleco corto, negro, con flores rojas bordadas y la bandera de la Hermandad. Completa la uniformidad un pantalón de pana y sombrero ambos negros. Lo que distingue a los que han servido la Vara, es la capa castellana. El Mayordomo y el Piostre llevan la Vara: una especie de cetro que acredita a los cargos. Otro Hermano lleva el Estandarte.
Abriendo la procesión, tras la Cruz parroquial, va el Abanderado enarbolando un pendón con los emblemas de la caballada. Una Cruz inscrita en un círculo blanco, deja en cada uno de sus cuarteles una reja de arado, la rastola para limpiarlo, un león y un castillo. Los otros colores que se disponen en bandas de distinta longitud son el rojo, blanco y verde. Yo he pagado cien celemines por llevar a la Virgen que, en dinero, son diez mil pesetas. ¡Diez mil pesetas por llevar a la Virgen!, le digo, sí señor. Hasta la piedra.
Las mujeres, o al menos es lo que escucho, van cantando eso de “Tomad Virgen pura, nuestros corazones, no nos abandones…”cuando me acerco a Rosa, la Piostra, que con pañuelo a la cabeza y manga larga ha pagado sesenta celemines por llevar a su imagen: seis mil pesetas, sí. Pesa muy poco, casi nada me dice mientras se une al coro del “no nos abandooones jaaamás, jaaaamás”.
El Mayordomo tiene por misión hacer lo que mande la Mesa y los señores Seises: servir la comida, servir agua, todo. Buscar a la Seisa, a la Mayordoma… El abanderado ganó la bandera en la subasta de la mañana por ciento ochenta cuartillos: sí, se paga también en vino y se le da al Piostre. Son ochenta litros de vino a lo que valga.
Se subastan las andas nuevamente a pesar de que, los que pagaron antes, no han recorrido ni cien metros: ciento y pico metros. Pero este dinero es regalao, las diez mil pesetas que he dao. Yo he pagado setenta y cinco celemines que creo que son siete mil quinientas pesetas porque, el celemín está a cien me dice una señora añadiendo que no le parece mucho porque es pa la Virgen mientras la voz del Manda, cargada de oficio, dirige la subasta.
Cuando nos acercamos a la Peña de la Bandera, por el camino del Madrigal, solo escucho las voces de los señores Hermanos que cantan un Ave María singular mientras los velones derraman lágrimas de cera. Me pregunto que entre todos los hermanos, habrá algún judas por eso de las multas: cada hermano observa cualquier defecto de alguno, se mete a la Mesa y, ella, impone la multa de una, dos, tres libras de cera. Un chivato entonces, le digo, no porque es una cosa que llevamos con armonía. Es una especie de castigo que nos imponemos para que la cosa marche bien y siempre hay algún descuido, sí como el que tuvo conmigo en la procesión porque no debería hablar.
La Peña de la bandera, que tiene una inscripción en recuerdo de los files difuntos, es un pequeño obelisco en el que colocan la bandera. ¡Treinta celemines, cuarenta, cincuenta, sesenta celemines! grita el Manda subastando las andas de nuevo para regresar a la ermita.
Un olmo de unos tres metros de alto es el Mayo. De sus ramas cuelga un lote de roscones, rollos y naranjas que será subastado después de la misa. En lo que es el presbiterio, sólo pueden estar los de La Hermandad. Arriba, en lugar preferente, ellos. Debajo el pueblo. En el ofertorio, anunciado con órgano y voces de chicas, el Abad se coloca ante el altar y, los Hermanos, se acercan a él de uno en uno. Están besando la estola como testimonio de respeto a la Iglesia y al Papa. Echan dinero porque es una ofrenda para arreglos de la iglesia y otras necesidades, aclara alguien.
La gente que no ha podido entrar en el interior de la ermita, deambula por los alrededores bebiendo vino en porrón en una dependencia que hay junto a la cocina o en torno a los puestos montados para la ocasión en los que se puede comprar casi de todo.
Terminada la misa, colocan al Mayo en un agujero hecho muy cerca del atrio para iniciar otra subasta que habrá que pagar en celemines de trigo o su equivalente sabiendo que, el celemín, se valora en cien pesetas. El manda, subido a una silla, inicia la subasta: ¡ siete celemines, ocho, ocho celemines!. Más de veinticinco mil pesetas llevaba de beneficio cuando pasó la Piostra, inquieta, sin poder quitarse el pañuelo de la cabeza, la manga larga y las medias: y en la comida tampoco no las podemos quitar. Y con las medias, con esta calor. Son muy duros. Pero es que, si no fuéramos así, esto se perdería, dice mientras me aclara que, esta, es la fiesta de ellos, de los Hermanos.
En el pórtico de la ermita se congrega la gente porque dentro de una hora tendrá lugar el trago de la bandera: el medio cuartillo de vino –antes era un cuarto- que deberá beber cada uno de los Hermanos para animarse, quizás, a bailar ante la Virgen: es una cosa que se lleva desde siempre y bailamos con la Virgen como si fuera con una chica de dieciocho años. Más bonito, dice José, al tiempo que dulzaina y tamboril marcaban lo de “Somos los gaiteros de La caballada” que José bailaba a la espera de que, algún hermano, tocara su hombro, se santiguara e hiciera lo propio con los brazos en alto.
En la planta primera de la ermita está el comedor en el que, de sus paredes, cuelgan útiles de cocina, candiles etc. Aquí, han colocado las mesas en forma de “U” para que se reúnan a comer los Hermanos como en clausura. El Mayordomo y el Manda suben de abajo el asao y a la vez, el Seis Principal, guarda el orden de la sala sobre todo para que no se eleve la voz porque, si lo hacemos, enseguida nos ponemos multa en libras de cera, me aclara Juan Asenjo.
El vino y la comida lo pagan a escote el Lunes de Pentecostés, el día de la Cernina, el día en que dejan todo limpio de polvo y paja y en el que, el nuevo Piostre, se hace cargo de todo el material incluyendo bandera y pergaminos: tenemos las Ordenanzas de La Caballada del año 1162 y, luego, tenemos diecinueve privilegios que nos han ido dando los reyes porque, Alfonso VIII, trajo muchos reyes aquí porque Atienza era plaza muy fuerte, venían y nos dejaban algún privilegio, aclara Juan. Se está construyendo el Museo Parroquial en la románica iglesia de San Gil pero, llegado el momento, se depositarán las copias de esos documentos porque La Caballada, por ser fiel a sí misma, no tolera el más mínimo cambio.
Pasaban ya las cuatro y media de la tarde cuando, los Hermanos, ejecutaban el auténtico baile de la Virgen. La jota con los brazos en alto y pies ligeros para seguir a la dulzaina “Por el puente de Aranda se tiró, se tiró…” aunque la ausencia del Manda, Mayordoma, Priosta y Seisa me llamó la atención hasta el punto de que subí al comedor por ver qué pasaba encontrándome a Rosa, la Priosta con la boca llena: me pillas con el melocotón y está prohibido subir aquí, me dice, me castigarán con una multa porque se va a chivar el Manda aunque el Manda, Antonio Somolinos, dice que no. Hemos comido ensalada y cordero asao. Como ellos y con ellos.
Antonio Somolinos es el Manda. Un hombre que tiene tierras, pocas y perdidas porque no le daban de comer, me decía. Reparte el pan y cuando algún hermano no baja a comer a la ermita por cualquier causa, tiene la obligación de llevarle una jarra de vino y pan: si no puede bajar porque está enfermo, mi obligación es llevarle el pan y el vino me dice en el comedor en el que veo que ha sobrado de todo. No. Ha sobrado algo, sí, pero se aprovecha todo. Antes es que cada persona se tenía que comer un trozo de estos. Es decir unos 700 gramos de pan y, claro, eso no se ha corregido y a ver quién se come eso. Pues eso mismo se lo comían, le digo. Pero es que antes se trabajaba de otra manera. Antes se trabajaba pero ahora no. Se tiraban el día entero dándole a la azada y, claro, se abrían las hambres pero ahora, con la maquinaria, no hay color.
De nuevo, la campana de la ermita da la señal para que los Hermanos se despidan de la Virgen de la Estrella. Uniformados, con la cabeza descubierta y el sombrero en el corazón, cantan una Salve gregoriana a la que añaden un largo adagio sin dejar de mirar a la imagen que ya está puesta en el sitio que tiene reservado en el retablo. Tengo la sensación de estar en el escenario de una de esas películas, en blanco y negro, de los años cincuenta en la que, a pesar del color primaveral, unos hombres ataviados con capa castellana y sombrero como carbón, ponen los pelos como escarpias en esta pequeña ermita cuando se abrazan a la Salve, marcada a fuego, en una penumbra en la que sobraba luz y nos faltaba el aire porque lo robaba las emociones. Eso, esta Salve, es lo más bonito de to el día. Lo más bonito. Lo más bonito repetía José de Marco con los ojos lavados en lágrimas.
¡Señores Hermanos, a caballo! La voz del Manda suena como un latigazo porque acaban de traer los caballos y, de nuevo, veo caras de preocupación en los jinetes que, dentro de nada, tendrán que demostrar sus habilidades a galope tendido. El Manda, entrega las insignias a cada uno. A cada uno la suya, me dice, cuando estamos a punto de salir hacia la primera Peña de la Bandera. Ciento setenta cuartillos es el valor de la nueva subasta de la bandera. Unas 3.500 pesetas.
El Abad se confiesa a lomos de su caballo. Va con miedo. El Fiel de Fechos, en esa primera piedra, anuncia a quién va dirigido el rezo que dirige el Abad en honra y gloria de la Santísima Trinidad. Rezan el Credo, rezan a la Virgen de la Estrella, a San Isidro labrador, a los Hermanos difuntos, al primero que fallezca…y, otra vez, a subastar la bandera: la Bandera está subastada en 170 cuartillos. ¡180!, ¡190!, ¡200 cuartillos a la una!… ¡a las dos!… ¡Buen chico la lleva! , dicen a coro en honor de José de Marco que paga diez mil pesetas por llevar la Bandera hasta la segunda Piedra en donde se repite el rezo y otra vez la subasta porque hay que sacar dinero para pagar el alquiler de los caballos, el porte, el personal que los cuida…En total se va el millón de pesetas cuando hace cuarenta años, el gasto, no llegaba a las diez mil. Pero es que hace cuarenta años no había que buscar caballos fuera de Atienza porque, burros y mulas, formaban parte de la base de la economía agrícola familiar.
Faltaba el último acto de La Caballada, la carrera que, por serla, me tuve que contentar con verla como pude al igual que el resto de la gente. Entre cebadas verdes, por un camino de herradura por el que pasaran carros cargados de cereal hace sesenta años, los Hermanos, por parejas, se lanzaron al galope recorriendo unos trescientos metros en dirección al pueblo en un santiamén, representando así el momento en el que, los arrieros, salvaron al rey niño Alfonso Alfonso VIII trasladándolo a Ávila en rápidos caballos mientras, el grueso de arrieros, engañando a los soldados de León, se quedaron bailando en la ermita. Yo me quedo con la Salve en aquella penumbra en la que sobraba la luz y, el aire, robaba emociones.
José Luis Muñoz